domingo, 15 de diciembre de 2013

Descartes: "Meditaciones metafísicas".


Lectura: Meditaciones metafísicas

 

Creador del racionalismo y padre de la filosofía moderna, hablar de la obra de Descartes es adentrarse en uno de esos trabajos que han pasado a formar parte del canon de la cultura universal, como bien dice Guillermo Graíño Ferrer en la introducción a sus Meditaciones metafísicas de la edición de Alianza editorial.

Un ensayo que empieza con un primer capítulo titulado “A los señores decanos y doctores de la Sagrada Facultad de Teología de París” en el que el autor, bajo mi punto de vista, prepara a los poderes religiosos de la época para lo que van a leer, seguramente prevenido de los problemas que había tenido Galileo. Así, deja claro que Dios existe y que la distinción entre alma y cuerpo es evidente, pero para evitar el escepticismo de las demostraciones per se, se dispone a enhebrar su filosofía desde las bases primeras.

Y así, antes de desarrollar propiamente su obra, sigue con un prefacio en el que fundamentalmente prepara al lector para lo que viene: “… no aconsejaré jamás a nadie que lo lea, sino aquellos que quieran meditar conmigo seriamente, y que puedan desprender su espíritu del trato con los sentidos y liberarlo de toda clase de prejuicios,  y de sobra sé que los tales son más bien pocos”. Siguiéndole un breve resumen de las seis meditaciones que después desarrolla ampliamente, demostrando su carácter metódico y dado a la sistematización, claramente desarrollado por su fijación por construir una ciencia matemática de la naturaleza.

 

Meditación primera. De las cosas que pueden ponerse en duda.

Este capítulo podría resumirse con la frase “de la duda radical a la certeza total”. Empieza explicando que desde su niñez ya empezaba a percibir que le llegaban opiniones falsas y que debía deshacerse de todas ellas y empezar todo de nuevo desde los fundamentos: “destruir en general todas mis antiguas opiniones”; para construir un conocimiento del que no pudiera surgir duda alguna. Para ellos debía dudar de todo aquello que le llegara por los sentidos: “a veces he experimentado que esos sentidos me engañaban, y es prudente no fiarse nunca enteramente de quienes alguna vez han engañado”. De la misma manera, entendía que debía asirse de aquello que fuera completamente indubitable, como la geometría y las matemáticas en general, dado que: “esté yo dormido o despierto, dos y tres sumarán siempre cinco”.

 

Meditación segunda. De la naturaleza del espíritu humano; y que es más fácil de conocer que el cuerpo.

Este capítulo podría resumirse con la frase “pienso, luego existo”.

Empieza partiendo de la misma base de la meditación primera, a saber, dudando de todo para avanzar con paso firme sobre conocimientos que de ninguna manera puedan ser puestos en duda. Y así, llega a la conclusión que: “…si he pensado algo es que era” y por lo tanto “…yo soy, yo existo, es necesariamente verdadera todas las veces que la pronuncio o la concibo en mi espíritu”. Es decir, que si soy capaz de pensar en mi existencia, esta es real, lo que nos lleva al famoso “cogito ergo sum” que al inicio resaltaba.

 

Meditación tercera. De Dios; que existe.

Este capítulo podría resumirse con la frase “Dios existe porque yo lo pienso”.

Fiel a su método sistemático, avanza en sus meditaciones basándose en las anteriormente enumeradas, es decir, dejando claro de nuevo que la duda metódica es su forma base de trabajo y que si algo es pensado es que existe, siendo nosotros “… una cosa que piensa  y que por tanto, “todas las cosas que concebimos muy clara y distintamente son verdaderas”.

Continúa su argumentación diferenciando entre las ideas que representan substancias y accidentes, dándole a las primeras un rango de realidad objetiva mayor, derivándose de todo ello la existencia de Dios como indubitable, al ser este la substancia pura, sin modos o accidentes posibles: “… es más, aquella por la cual concibo un Dios soberano, eterno, infinito, inmutable, omnisciente, omnipotente y creador universal de todas las cosas que están fuera de él, ésta, digo, tiene ciertamente más realidad objetiva en sí que aquellas por las cuales las substancias finitas me son representadas”.

Avanzada su meditación tercera, se reafirma en la existencia de Dios al entender que siendo los seres humanos substancias finitas, si pensamos en una substancia infinita como es Dios, es imposible que ese pensamiento pueda venir de nosotros mismos, que ese pensamiento debe haber sido introducido por Dios en nuestro ser: “…¿cómo podría yo saber que dudo y deseo, es decir, que me falta alguna cosa y que no soy del todo perfecto, si no tuviese en mí alguna idea de ser más perfecto que el mío, en comparación del cual advirtiese los defectos de mi naturaleza?” y “… es propio de la naturaleza de lo finito el que mi naturaleza, que es finita y limitada, no pueda comprenderlo”.

 

Meditación cuarta. De lo verdadero y de lo falso.

Este capítulo podría resumirse con la frase “la verdad es Dios y conocer la realidad es acercarse a él”.

Descartes sigue dudando de todo y sigue avanzando en la idea de que aquello que es pensado existe y que, por tanto, los seres humanos existimos y Dios, “como lo máximo que puede ser pensado” (me permito la licencia de parafrasear el argumento ontológico de San Anselmo), no sólo existe, sino que es la base para el conocimiento de todo lo demás.  Así, desarrolla su cuarta meditación de forma muy platónica, al entender que, partiendo de la base que el error no puede provenir de Dios, porque este es esencia pura de bondad, es un ser infinito que incluye la absoluta perfección  y, por tanto, la falta de malicia, éste se produce al ser nosotros un camino intermedio entre la nada y el todo. Así, el error es situado en dos causas, que son el entendimiento o capacidad de conocer y la voluntad o facultad de elegir: “… no es una imperfección en Dios el otorgarme la libertad de dar o no dar mi juicio sobre ciertas cosas en las que no ha puesto en mi entendimiento un conocimiento claro y distinto; pero sin duda, sí es una imperfección en mí el no usarla bien y dar temerariamente mi juicio sobre cosas que no concibo más que con oscuridad y confusión”.

Finalmente ahonda en una de las partes fundamentales de su método de trabajo sistemático: “… lo que debo hacer para alcanzar el conocimiento de la verdad… detengo mi atención lo suficiente en todas las cosas que concibo perfectamente, y las separo de las que no comprendo más que confusión y oscuridad”.

 

Meditación quinta. De la esencia de las cosas materiales; y otra vez de Dios, que existe.

Este capítulo podría resumirse con la frase “las matemáticas demuestras la existencia de Dios y viceversa”.

La quinta meditación empieza profundizando en el platonismo de base, que en la cuarta meditación ya se vislumbra, al ver a Dios como la máxima idea, la luz absoluta del conocimiento. De esta manera, las cosas materiales se conocerán desde una tabula plena que vamos descubriendo y que nos retrotrae inmediatamente al mito del carro alado: “…estas cosas y otras semejantes cuya verdad aparece con tanta evidencia y se acomoda tan bien a mi naturaleza que, cuando empiezo a descubrirlas, me parece que no aprendo nada nuevo, sino más bien que recuerdo lo que ya sabía anteriormente, es decir, que me apercibo de cosas que ya estaban en mi espíritu, aunque aún no hubiese yo dirigido a ellas mi pensamiento”.

Desarrolla su argumento hablando de como las figuras geométricas como el triángulo existen y son verdaderas precisamente porque al pensarlas y demostrarlas como verdaderas, se demuestra que son algo. Si las matemáticas, concluye, son verdaderas y por tanto existen y son algo, de la misma manera Dios también debe existir, más todavía, como ser perfecto en acto que es. Y se cura en salud respecto a los “discípulos” de Montaigne poniendo como ejemplo el caballo con alas, que puede ser pensado pero no existe, cosa que con algo perfecto como Dios es inaplicable, porque no puede pensarse y no existir: “…pues no concierne a mi libertad el concebir un Dios sin existencia (es decir, un ser soberanamente perfecto sin una soberana perfección), como si soy libre de imaginar un caballo con o sin alas”.

 

Meditación sexta. De la existencia de las cosas materiales, y de la distinción real entre el alma y el cuerpo del hombre.

Este capítulo podría resumirse con la frase “lo que existe puede ser hallado científicamente”.

En su última meditación, Descartes examina la existencia de las cosas materiales y para ello, después de repetir las consignas anteriores, a saber, que la existencia de la geometría y de Dios como suma perfección existen y son, entra en la diferenciación entre lo imaginado y lo existente. Para ello se vale del ejemplo del quiliógono y el triángulo y como ambos pueden ser imaginados y reales, pero sólo el segundo se asegura la semejanza entre la realidad e imaginación, hallando en la capacidad de representación fiel de una realidad en nuestra mente la diferencia entre imaginación y realidad.

Avanza en su sexta meditación retrotrayéndose a la segunda meditación al decir que su esencia es ser una cosa pensante: “…concluyo que mi esencia consiste en esto solo: en ser una cosa que piensa o una substancia cuya esencia o naturaleza toda no es sino la de pensar”.

Divide definitivamente el alma y el cuerpo: “…puesto que, por un lado, tengo una clara y distinta idea de mí mismo en tanto que soy una cosa pensante y no extensa, y por otro, no tengo una idea distinta del cuerpo en tanto que es una cosa extensa que no piensa, es cierto que yo, es decir, mi alma, por la cual soy lo que soy, entera y verdaderamente  distinta de mi cuerpo, y puede existir sin él”. Pero explica que pese a no ser lo mismo avanzan estrechamente ligados: “…no sólo me hospedo en mi cuerpo como un piloto en su navío, sino que, además de eso, estoy unido a él muy estrechamente y de tal forma confundido y mezclado que compongo con él como un solo todo”. Todo esto con el objetivo de llegar a la conclusión de que las cosas materiales que son reales se encuentran en los propios cuerpos y son descifrables mediante las matemáticas:             “… todas las cosas que concibo clara y distintamente, es decir, hablando en general, todas las cosas que caen dentro del objeto de la geometría especulativa, se encuentran verdaderamente en los cuerpos”. Definitivamente vislumbrando el primigenio objetivo del filósofo, que no era otro que construir una ciencia universal con rango de verdad necesaria, en un momento en el que la escolástica decaía por su propio peso pero mantenía con fuerza su poder censor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario